Cada cual con su yihad.

Una ejecución sumaria realizada en terreno extranjero por un servicio de inteligencia, con las maneras propias de Rambo o, ejemplo patrio, del GAL, es anunciada con fanfarrias esta mañana por un gobierno, El Gobierno de los gobiernos civilizados, y celebrada en los centros neurálgicos del progreso y la libertad por sus ejemplares ciudadanos–occidentales- con un fervor rayano en el que muestran los más exaltados yihadistas de Kalashnikov y bandera ardiendo.


Buenos días, Occidente. Y buenos días, medios españoles. Llevamos una semana escandalizados, vía El País, provincia de Wikileaks, por las prácticas inhumanas de EEUU en Guantánamo, y quién sabe cuántos años simulando, aquí, en España, que hasta los asesinos en masa tienen derechos. Eso nos dicen, y acabamos soportando que De Juana Chaos sea percibido en no pocos sitios como un Jerry Conlon atormentado por el demonio imperial como aquel lo estaba en En el nombre del padre. Y nos acaba pareciendo normal.

Resulta, sin embargo, que cuando papá Sam –nunca podremos ser sus sobrinos, si acaso complacientes apadrinados- se carga al padre ideológico de su terror, los medios más comprometidos con el hábeas-corpus-para-todos hacen la vista gorda y se suman, por omisión y eufórica reacción, a la inverosímil foto de familia que ahora retrata a Occidente en las calles, celebrando con gritos patrióticos y ardor festivo, la bochornosa fiesta por un asesinato de desconcertante y doloroso paralelismo con el de otro terrorista: Ernesto Guevara.

No compararé al Che con Bin Laden, ni a una guerra declarada contra el terror como la de EEUU con la convivencia que proponemos nosotros con ETA, sólo intento ilustrar lo grotesco de la noticia, de la flexibilidad de nuestro parecer según sople el viento o cómo y cuánto están comprometidos ciertos intereses. Habría que ver las portadas y los titulares en los blogs de los analistas si el ejército español liquidase a un demostrado asesino de ETA escondido en otro país. No es necesaria una gran imaginación para suponer que la noticia sería muy criticada, vista como una injerencia y un acto al margen del derecho internacional incluso en nuestro país, y así confirmar que la corta distancia no nos deja juzgar los hechos con objetividad, y la larga, aún menos.

Que no nos extrañe, por tanto, encontrar en El País a gente comparando esta inquietante fiesta-funeral con aquella que elevó el canto libertario en la Plaza de Tahrir, o a un Lluís Bassets, director adjunto de El País, subido, no sé si de manera consciente, al carro de la euforia ejecutora, con un artículo en su blog que ya da fe de una derrota sonora del yihadismo, un movimiento que hace mucho que se soltó del abrazo de Bin laden, esa furia radical que ya aprendió a andar sola y sin ruedines y que, me aventuro, sólo saldrá reforzada de la muerte de su promotor.

Este turbante no le queda bien a Bassets, y la falta por ahora, en un medio progresista como el que dirige, de un análisis más crítico y más coherente con la cadena de acciones que nos han llevado hasta la noticia de hoy, y de sus próximas consecuencias, confunde a los que creen leer un medio de línea liberal y a los que creíamos legitimada nuestra superioridad moral por el invento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, esa en la que incluso justificamos nuestro respeto a la vida de los etarras, lujo que ellos no nos permiten.

Seguro que Bin Laden está mejor bajo el mar, pero al excusar la siniestra celebración que provoca el líder de Occidente al relatar un asesinato -otro fracaso de la justicia internacional-, creo que nos revelamos como el sumiso vasallo que se muestra comprensivo con el abuso del Señor. Mientras, espero, optimista, un análisis de la noticia a la altura de un medio como El País, y congruente con los valores y la inteligencia de sus lectores. 

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