127 Horas: montaña hueca.

No he leído Between a Rock and a Hard Place, el libro en que se basa la película, y en el que Aron Ralston cuenta la experiencia que vivió en 2003 en el Blue John Canyon, el lugar en el que este montañista norteamericano se arrancó el brazo para poder escapar de su prisión de roca, de una muerte segura.  Sí recuerdo el hecho por lo impactante de la noticia, pero mi memoria le entrega el espacio que merece: el de un titular. Si hubiera leído el libro seguramente no sería así, y habría conocido la tragedia de un hombre cuando se enfrenta a la certeza de la propia muerte en una cuenta atrás sostenida por el contenido de su cantimplora. Danny Boyle sí debió leer el libro y se lanzó a producir un largometraje con la historia de Ralston. El caso es que si leyó el texto dio igual, porque el oscarizado director sólo araña la superficie de este drama con su película 127 Horas. Como mi recuerdo de la noticia del 2003, este filme me deja en la cabeza sólo un titular. Se acaba y no he vivido la experiencia terrible del protagonista, sólo he sido un testigo de lujo en su mutilación, a la que el realizador nos dirige se diría que con prisa, fumándose la mitad invisible de la historia, la parte humana, a base de su habitual sugestión visual.  Como si Danny Boyle, igual que yo, sólo recordase de la historia el impactante titular de la noticia, su cinta sirve al único y condenable propósito de hacer sentir al espectador cómo es cortarse un brazo prácticamente a bocaos.

James Franco, lo mejor de la película, además del cartel...

Todo el metraje, que por suerte no es mucho, se abalanza sobre el fatídico momento en una serie de escenas que pretenden repasar las sensaciones y memorias del protagonista atrapado a la espera de que ocurra un milagro, pero sin conectar casi nunca con los sentimientos de la audiencia. Esta película representa muy bien el punto de evolución en que se encuentra la percepción de la información por parte de la masa. Hoy todo puede verse y de todo nos enteramos, pero rara vez se profundiza. La experiencia de interiorización que ofrecen los libros ha muerto, pero a cambio tenemos millones de pequeños estímulos audiovisuales que hacen que todo nos suene de refilón. La trivialización de la violencia es uno de los peligros de esta era de guerras televisadas, de vídeos de accidentes en youtube, y 127 Horas es fiel reflejo de esta circunstancia. La cruenta escena, de carácter sadomasoquista, pornográfico, juega con las sensaciones del estupefacto espectador con eficacia, pero no deja de ser una burrada que nunca debería ser el centro de una historia que seguramente daba para más. Eso sí, el arte de Boyle para sugestionar nuestros sentidos queda patente: el momento en que Ralston se corta el nervio, acompañado de un sonido desgarrador, tiene una fuerza brutal.

La película ha sido recibida con cierto entusiasmo popular y un gran apoyo de la crítica que aquí no entendemos. Que el público se lance en masa a los cines ante la promesa del morbo ya no sorprende, pero que los críticos quieran ver una candidata a Mejor Película en los Oscar llama la atención. Quizás aún ciegos de locura desde aquella –también incomprensible- borrachera de oscars a Slumdog Millionaire, el anterior trabajo de Boyle, los analistas han dado muy buenas notas a esta cinta, que ha conseguido llevarse hasta seis candidaturas para los Premios de la Academia. Lo de que esté nominada a Mejor Guión Adaptado suena a chifla, y no digamos lo de Mejor Película. Otra cosa es James Franco. Su actuación sostiene toda la cinta y nos transmite, cuando le dejan, todo lo que, como maniquí, puede. Es más, de no ser por Colin Firth me atrevería a decir que se merece el calvo de oro. Un consuelo: no han nominado a Danny Boyle a Mejor Director por este filme, por lo que el agravio a Nolan –Origen- es menor.