Valor de Ley: pues no era un remake...

Los hermanos Coen llevan tiempo buscándose. Una década, más o menos, desde que estrenaron El gran Lebowski hasta esta Valor de Ley. Por el camino quedan varias películas que llevan aún el sello original y único de este realizador bicéfalo pero que, acumuladas, componen una etapa distinta a la que El Nota ponía fin en el cambio de siglo, una fase en la que se percibe un declive franco si comparamos su producción con el valor incalculable de las películas que los Coen firmaron en el primer decenio de su carrera. Un periodo, el actual, con algún momento bueno, como No es país para viejos o El  hombre que nunca estuvo allí, y con bastantes obras menores para lo que cabría esperar de ellos. Este panorama no invita al entusiasmo cuando uno se entera de que lo próximo es un remake de nada menos que uno de mis westerns favoritos. ¿Por qué? La eterna pregunta cuando uno ve atacada alguna gran película aparece esta vez incendiada por el amor a una cinta clásica, de las que te acuerdas desde pequeño,  lo que impide que el agraviado –yo- sea objetivo juzgando la nueva versión ante el terror de la querida película de la infancia, ahora mancillada por la misma industria que perpetra Tron Legacy y otros demonios. Para escapar de esta percepción, los muy listos de los Coen se hacen los tontos y remiten su cinta a la novela de Charles Portis, declarando siempre que ni se han fijado en la brillante primera adaptación, de Henry Hathaway. Veamos.

Las sensaciones son contradictorias tras ver la película. Lo acepto, no es un remake al uso. El protagonismo es aquí para los personajes por encima de todo, ya sea con los grandes diálogos y actuaciones, como con el desfile de caracteres de la época, con un uso frecuente de elipsis enormes que saltan toda la mierda del camino que se le supone al género para presentarnos a los protagonistas en distintos episodios de una historia que explica la construcción de la relación de la pequeña, vengativa, adorable e inquietante Mattie Ross con el borracho, sociópata, inmoral, defensor de la ley Rooster Cogburn. La épica del viaje desaparece y cada secuencia nos lleva al siguiente capítulo, con un estilo episódico más propio del cuento infantil que de una del Oeste. La caracterización, abrumadora, contribuye al halo de fábula, y la música de Carter Burwell, inexplicablemente ignorado por la Academia, acompaña al espectador en la inmersión en este Oeste de los Coen que se vuelve hipnótico, sublimado por la fotografía de un Roger Deakins que ha demostrado ser el mejor ojo para ver esa América a veces sucia, dura, implacable, a veces fértil, bella y salvaje en películas como Fargo, O`Brother, No es país para viejos, El asesinato de Jesse James





Son películas muy diferentes, eso está claro, ésta obra y la de Hathaway. Cada una refleja su momento en la Historia del cine, pero eso no lo veremos bien hasta que tengamos la perspectiva suficiente para juzgar el cine actual en su marco histórico. La adaptación del 69 se ubica en una época muy concreta de la evolución del género western,  con Sam Peckinpah como exponente ejemplar del estilo del momento y su Grupo salvaje como síntesis de lo que se conoce como western crepuscular. En la de Hathaway,  el agreste estilo de este subgénero se ve aún contaminado por ciertas convenciones de la época que desaparecen en la adaptación de los Coen. Los diálogos son creíbles por secos y por las buenas actuaciones; la brutalidad de aquellos tiempos y aquel lugar se palpan en cada momento; el personaje de la niña es genial y esta vez se percibe más si cabe su soledad en ese mundo salvaje de  adultos en una época despiadada, que me recuerda en algunos momentos , por su atmósfera, al Cormack McCarthty de En la frontera; unos personajes, todos, tan susceptibles de pertenecer a un circo de los monstruos como a la realidad de aquel Arkansas mucho más rudo y paleto que el actual,  que me dicen que es mucho.

Todo esto, junto con el particular método narrativo, compone una película especial, diría que extraña,  y que, comprendo, creará tantos adeptos como críticos, ya se basen éstos en la (in)evitable comparación con su predecesora o en los defectos que pueda presentar por sí misma, que los tendrá. Cosas como el epílogo, que alarga –y edulcora- el relato cuando hoy en día estamos acostumbrados a que nos corten sin saber el final del todo, pueden servir de argumento para la crítica. Ahí  yo veo un respeto sincero a la historia, aún con sus previsibles arquetipos y lugares comunes de cierta moral literaria, eso de los buenos son los buenos, los malos, los malos, la venganza, la redención y la nostalgia del indómito Oeste americano. Los Coen, en su cuento, como en un cuento, acaban la historia. Yo, encantado, me dejo. La magia la pone una pareja inmensa: Jeff Bridges y Hailee Steinfeld, que aprovechan muy bien cada uno su regalo; sus compañeros de reparto aceptan su papel secundario absorbidos por unos caracteres algo caricaturescos, pero sirven a la causa que los realizadores promueven y que a mí me ha engañado, ganándome sin hacerme renunciar a la querida película de Hathaway. Simplemente, no es un remake.


1 comentario:

  1. A Fucking Spoiler!11 de abril de 2011, 22:42

    No he visto la primera, pero ésta me ha gustado. Los entrañables personajes, la sorpresa que espera a los que tomen al ranger de Texas por un cobarde, la escena en que Coburn realiza esa proeza hípica, de puntería y, sobre todo, ¡dental! y el final, o casi, cuando el mismo borracho con mandíbula de Bull Terrier, extenuado, herido de bala, al borde de la muerte, carga con la niña… Muy buena.
    Pero como lo cortés no quita lo valiente, no está de más recalcar, como bien has hecho, el bajón que han pegado las pelis de este par de genios en la última década, La de A Serious Man es para llevarles a juicio y hay otras dos o tres que también podrían haberse ahorrado. Es culpa suya por habernos malacostumbrado.

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