...Y hoy, ración de delfín.

The Cove
¡Camarero! ¡Qué! ¡Una de delfín! Esto cantaría Reina, portero del Liverpool, speaker de la selección, si hubiera ganado el Mundial para Japón y él fuese originario de Taiji, distrito Higashimuro, provincia de Wakayama. Esta es una de las ciudades costeras japonesas que dependen y se alimentan de cetáceos y donde, precisamente, discurre el documental The Cove (2009), reciente ganador del Óscar a Mejor Documental. Esta cinta nos narra un hecho que el mundo occidental tiende a observar horrorizado, la matanza anual de delfines, pero que en algunas zonas de Japón es una tradición que sostiene ciertas economías locales y algunas costumbres gastronómicas.

The Cove está rodado y pensado para lograr despertar las conciencias a nivel global acerca de la captura masiva de delfines con fines comerciales, pero también intenta, sin miramientos, apelar a los sentimientos de los espectadores. Para ello se sirve de recursos típicos de la propaganda y la información sensacionalista, tan de moda en las televisiones de divulgación científica de receta yanqui, lo que llamaremos divulgación al estilo Discovery Channel. La cinematografización de la realidad, el abuso de técnicas que magnifiquen lo que se narra, como la creación de situaciones de supuesto riesgo para el equipo que rueda, el montaje manipulador de estas escenas o  la inclusión de música propia de thrillers o pelis de acción son ingredientes habituales en el modus operandi de estos divulgadores, muchos más cercanos a los deportes extremos que a la ciencia en sí misma, y que terminan logrando productos que podrían ser tristemente ubicados en la categoría de falso documental si no supiéramos que lo que nos cuentan es real, por mucho que se empeñen en disfrazarlo de producción de Jerry Bruckheimer. No dudamos de la eficacia populista de este estilo, sobre todo teniendo en cuenta la obtusa mente media del medio espectador norteamericano, pero es inevitable señalar que en estos casos la credibilidad debiera ser directamente proporcional a la seriedad del tratamiento, acorde a la importancia de lo que se transmite.


 Leñadores Extremos, Pesca Radical -y Extrema-, Reparaciones Extremas, son ejemplos de lo dicho; estos programas convierten la rutina de oficios inusuales en cine puro, en espectáculo, en ilusión. En la cubierta de un barco de pesca de cangrejos podemos pasar, en un mismo capítulo, de la acción del Vietnam cinematográfico al drama más intimista, pasando por planos de La Tormenta Perfecta. Todo es un show y el show must go on, ya saben. En The Cove el tratamiento sigue, pues, estas premisas que ya parecen inherentes a la forma popular de divulgar en el mundo anglosajón, tan lejos de nuestras Noches Temáticas y nuestros Países en la Mochila. Los autores aludirán que estos ingredientes son la forma de penetrar con garantías en la conciencia colectiva, subestimando siempre al público, pero los datos comerciales de The Cove, inexplicablemente premiada pero tristemente no vista, nos dicen que son igual de inútiles. Quizás la próxima vez merezca la pena no intentar otro Ecologistas Extremos.

La cinta nos cuenta lo siguiente: todos los años, en septiembre, la ciudad de Taiji comienza su temporada de caza de delfines, a los que atraen a la bahía asustándolos, gracias a que crean un muro acústico bajo el agua a base del nada tecnológico martillazo-en-un-hierro desde los barcos que rodean a los bancos de cetáceos. Los delfines nadan aterrorizados, dirigidos ahora  hacia una cala en la que todos los delfinarios del mundo –españoles incluidos- seleccionan a sus ejemplares de exhibición. Este negocio mueve billones en todo el mundo y en Taiji los empresarios llegan a pagar 150.000 dólares por cada animal. Los delfines restantes son agrupados en una cala convenientemente aislada de cámaras occidentales y son sacrificados con técnicas más que cuestionables, brutales cando menos. La sola visión del sufrimiento al que se somete a estos seres -23.000 al año- en su muerte es suficiente para cuestionarse, por lo menos, la metodología usada en su pesca. El sacrificio de ganado suele estar regulado para evitar el excesivo sufrimiento del animal e, incluso, Japón tiene un protocolo creado para que este tipo de pesca sea respetuosa con el padecimiento del delfín, aunque salta a la vista que éste no se cumple; como también sabemos que no se cumple en la cárnica del mundo civilizado.

En todo caso y siempre desde el punto de vista occidental, éste es el hecho denunciable, el de la matanza poco ética de estos animales. Se añaden a esta triste realidad otros asuntos igualmente lamentables, como la vomitiva burocratización internacional, basada en comités que, recordándonos a las inoperantes UE y ONU, hacen que las políticas mundiales dependan del lobbying, del tráfico de influencias. Japón financia países en bancarrota que se suman a la CBI (Comisión Ballenera Internacional) y votan que sí a todo lo que dice el jefe. Esta afirmación que encontramos en The Cove es contestada por Japón, por ejemplo, en este artículo que publica la Embajada del Japón en España explicando su política ballenera y que merece la pena leer para obtener la versión que inexplicablemente no nos ofrecen en el documental. La flagrante parcialidad tampoco ayuda a tomarse en serio una cinta que desaprovecha la oportunidad de exponer una problemática que enfrenta políticas y culturas, las cuales todas  deberían tener espacio para expresar sus argumentos.

Es evidente que Japón es consciente de la mala publicidad internacional de sus costumbres pesqueras y tratan de evitar, durante todo el rodaje, que se tomen imágenes de las actividades en Taiji, llegando a intimidar físicamente a estos reporteros extremos, los cuales incluso afirman que la Yakuza les persigue mientras ellos esconden cámaras ocultas por toda la bahía. El país del sol naciente es retratado en sentido negativo en numerosas ocasiones, hablando de sus políticas policiales, sociales y pesqueras y, mientras, cuando conviene, se pregunta a la atónita gente de Tokio qué les parece que se coman a los delfines allá en la prefectura de Wakagama; ponen la misma cara que yo cuando mi tía abuela me contaba lo de los gatos en la posguerra española, y es que el consumo de esta carne allí en Japón ya sólo es cosa de los viejos. Por supuesto, para abundar en la falta de cientifismo reinante en el documento, estas entrevistas en plena calle carecen de toda validez en tanto que no se ofrecen datos apoyados en estudios sociológicos serios y vigentes. Estos estudios existen y demuestran los bajos niveles de consumo de carne de ballena en Japón, como nos cuentan en lainformacion.com.

Rick O'Barry
Este documental, no obstantes su intención moralista y visión parcial de una problemática real, es de obligado visionado para cualquiera con un mínimo de sensibilidad hacia la naturaleza, ya que nos enseña lo que somos, un depredador implacable muy alejado aún de la pretensión humana de respeto a los animales y su dolor. Una colección de personajes comprometidos con la causa de los delfines, unos más interesantes, como Rick O’Barry, el adiestrador de Flipper y arrepentido empresario de delfinarios, y otros que chirrían, como los perrofláuticos surferos que protestan con sus tablas, reflejo de esa juventud seudo-hippie que en realidad sólo se toma en serio sus peinados y que tanto contrasta con la presencia de ese viejo activista –O’Barry- que se deja la vida en sus peleas contra el mundo, son, todos ellos, dirigidos por el cámara de National Geographic Loui Psihoyos en este proyecto fallido como producto serio, pero eficaz como removedor de conciencias.

Ahora queda el debate de la moral unilateral de occidente acerca de los mamíferos. ¿Tendría la misma publicidad el asunto en nuestras sociedades si hubiera una potente industria detrás del procesado de carne de delfín? ¿Podríamos hablar con la misma autoridad moral del tratamiento de las vacas, por ejemplo? ¿O son éstas tontas, lejos de la amigable inteligencia de los mamíferos marinos que no comemos y, por tanto, pueden ser tratadas con la humanidad con la que tratamos a una lechuga? ¿Qué tal un churrasco de delfín para pensárselo?

La realidad.
La pesca de ballenas está regulada por la Comisión Ballenera Internacional  –CBI; IWC en inglés-, que desde 1986 prolonga una moratoria que mantiene la política de pesca cero; con esta restricción se buscaba la recuperación de la población de ballenas, con muchas especies amenazadas de extinción. Esta política es promovida por la mayoría de países que se oponen a la caza de estos mamíferos por razones ecologistas, gracias a la labor del activismo anti-ballenero, en auge desde los años setenta, con cuya presión se han movilizado las conciencias de muchos y  conseguido que se atribuya a las ballenas un estatus insólito dentro del sometido reino animal: el de intocable,  al menos a nivel teórico.

Países como Japón, Noruega, Dinamarca o Islandia cazan y se comen a las vacas sagradas de occidente. Estas naciones alegan motivos científicos en sus capturas, mientras violan la moratoria desde hace algún tiempo pescando entre 2.000 y 3.000 ballenas al año, siempre en nombre de la ciencia, preocupados como están de controlar una posible plaga de ballenas que acabe sojuzgando a la humanidad; es significativo que la carne de estas capturas termine mayoritariamente en el mercado japonés, que consume tradicionalmente esta carne tal y como nos explica la web de la Embajada de Japón en España en el artículo antes referido.

El Gobierno de Japón y muchos de los partidos de la escena política nipona, de variado espectro ideológico, defienden la actual política de pesca de ballenas de su país ya como un símbolo de resistencia cultural contra occidente. Sin embargo, sabemos que los índices de consumo de esta carne bajan incluso allí, en Japón, ya que los jóvenes rechazan este alimento, como contaba Greenpeace Japón a la Agencia Efe en este vídeo:


Este esclarecedor artículo en lainformacion.com nos explica, entre otras cosas, que los estudios del Centro de Investigación Nippon indican que el 95% de la población japonesa rara vez consume carne de ballena, lo que está obligando a desviar la producción al reparto a los colegios. Endosar esta carne poco demandada en los menús infantiles de las escuelas ayuda a dar salida al excedente y parece que pretende recuperar un mercado a base de regalar el género a los futuros consumidores, quien sabe si intoxicándolos, según lo aprendido en el documental The Cove. Detrás de este empeño del Gobierno japonés se encuentra la preocupación por la precaria situación de las zonas con tradición ballenera, ya casi los únicos lugares donde se demanda esta carne y donde la economía local depende de esta industria.

Está claro que los países tradicionalmente no consumidores de carne de cetáceo observan la polémica desde una visión casi sentimental hacia estos animales, pero los argumentos que se usan en The Cove acerca de la toxicidad de la carne de cetáceos por mercurio y otras delicias están demostrados por diversos estudios y descansan en la constatación de la magnificación o bioacumulación de las sustancias contaminantes COPs –Contaminantes Orgánicos Persistentes- en cada salto en la cadena trófica, es decir, cada organismo marino, desde el más pequeño al principio, que es comido por otro superior, traspasa estos agentes al depredador, en cuyo cuerpo  y dada su persistencia, se acumulan los contaminantes de todas sus ingestas. El resultado es que los grandes depredadores de animales marinos–el hombre, el delfín, el oso polar- acumulan grandes cantidades de estas toxinas y así, la alimentación a base de carne de animales de este nivel en la cadena trófica es potencialmente  tóxico. En este artículo publicado por alumnos de la UCM podemos comprender mejor el proceso.

El asunto conlleva otras cuestiones que invitan a reflexionar, como la doble moral de occidente con los animales, que protege con firmeza a las ballenas y hace la vista gorda sobre el trato a otras especies, la mayoría, que son explotadas con crueldad tanto para uso alimentario como para la exhibición; esto nos lleva al tema del cautiverio, denunciado por Rick O’Barry en The  Cove, que reclama la liberación de los animales, los delfines en este caso, y nos informa del estrés que sufren los supuestamente sonrientes cetáceos de delfinario. Japón quiere devolver a las ballenas al estatus que ostentan los demás animales mientras los ecologistas quisieran elevar a sagrado al resto de la fauna terrestre, promoviendo la sostenibilidad y la adopción de costumbres éticas en la nutrición, como el vegetarianismo, con tan poco éxito entre los empresarios del sector como en la escasamente concienciada sociedad. Cuántos miramos para otro lado ante un buen chuletón.


Aquí, la Wikipedia contiene un artículo acerca de The Cove muy bien documentado (en inglés)

El Mundo publicaba este reportaje con motivo del estreno de The Cove.

La tensión entre ecologistas y balleneros japoneses es creciente. Este texto de elciudadano.cl nos cuenta el incidente que acabó hundiendo el Ady Gil. A continuación, el vídeo. Japón dijo que fue un accidente. Juzguen ustedes:



En este vídeo podemos ver a una ballena expresando su opinión sobre los humanos. ¿Comienza la revolución?


Esta noticia nos indica un dato curioso de la caza de ballenas en Europa.

Esta es la política ballenera japonesa perfectamente explicada en español por parte de su embajada en España.

Y aquí, si quedan lectores todavía, un premio para todos; es un vídeo muy conocido y un visionado necesario para el estresado internauta. La canción que lo acompaña es muy apropiada y crea una simbiosis espectacular con las imágenes. Curiosamente, el lugar está en Japón y es el segundo acuario más grande del mundo. Hipnótico.
Se exige situar el selector de calidad en 720p y poner pantalla completa:

15 comentarios:

  1. Muy buenas, me surge una duda sobre el sensacionalismo del que acusas al documental, que es cierto que existe, pero, ¿no es quizas necesario un poco de sensacionalismo para que este tipo de temas llegue a gente "normal", y no se quede en un documental sin pena ni gloria de los que se emiten en la sobremesa para dormir la siesta?

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  2. Puede que tengas razón, que sea necesario algo de circo alrededor del asunto para que cale más en un público amplio, pero no puedo resistirme a denunciar cierta parcialidad y, de paso, criticar una manera de divulgar que no me gusta un pelo y que creo que resta seriedad a los asuntos que trata.
    Además, en este asunto de las ballenas, ¿no creéis que occidente tiende a imponer su moral a Japón?

    Gracias por tu comentario, Mari...

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  3. No he visto el documental, ni ganas que tengo, pero soy consciente de que los japoneses putean un huevo y parte del otro a los cetáceos. ¡Ni que fueran coreanos!
    Por todo el planeta se producen aberraciones de dimensiones similares y todas deberian ser denunciadas. Y si es con sensacionalismo, mejor. Ni imposición de moral ni gaitas. Está mal y te lo digo.
    Ahora bien, dudo que consigan nada mientras la tortura de delfines sea un negocio rentable. El día que deje de serlo, los delfines podrán respirar tranquilos, si es que queda alguno...
    Por cierto, ¿para cuándo un documental sobre el cruento proceso de fabricación de foie gras? Aunque tampoco pienso verlo.

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  4. Nadie defenderá aquí la matanza de delfines y, como ves, aprovecho para criticar el indecente modelo de explotación actual de los animales; de todos. Los cultivamos como tomates, enjaulados y engordados de por vida, esperando el día en que empezará el procesado de su carne, tratados sin la consideración que merece cualquier ser vivo y así la sostenibilidad alimentaria mundial se basa en que nuestra moral mire para otro lado.
    El documental envía un mensaje constructivo y encomiable, pero es parcial y sensacionalista. Punto. A esto se añade que buena parte de la cinta es ridículamente conducida con un lenguaje narrativo propio del cine de acción y, para mí, estos defectos chirrían ante unos hechos que deben alarmarnos por sí mismos.

    Un saludo.

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  5. Eso sí. Pero lo de imponer moral, no. Además, no veo que tiene de malo que lo hagan lo más espectacular posible. Más que tú y que yo hacen, que nos comemos los tomates sin ningún tipo de remordimiento.
    Pero, vaya, que esto es lo de menos por que la situación no va a cambiar. La crueldad va en la naturaleza del ser humano, y la indeferencia también

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  6. Tras una lectura algo más reflexiva y, sobre todo, completa del artículo, veo la escasa aportación de mis comentarios. Me he desviado de la cuestión porque no me ofende especialmente el sensacionalismo de este documental/película y, sin embargo, me ha parecido desacertado resaltar el hecho de que occidente le pueda estar imponiendo su moral a oriente. Entiendo la hipocresía que hay en denunciar el trato que se le da a un animal que no consumes, mientras haces la vista gorda delante de otros tantos platos que llegan a tu mesa de una forma cuanto menos sospechosa. Yo mismo practico esa hipocresía con gusto. Sin embargo, si uno pretende alzar su voz a favor de los animales, por poco o nada que vaya a conseguir, las comparaciones pueden no ser un aliado, porque no es lo mismo criar vacas y pasarlas por la trilladora de carne que cortarle las aletas a un delfín y lanzarlo al mar, donde se ahoga. No nos queda otra que alimentarnos, pero la diferencia entre una escena y otra es para mí evidente. Existen distintos niveles de atrocidad y el que nos ocupa es de los más graves y, como bien explicas en tu texto, innecesario.
    En cualquier caso, en adelante procuraré leerme sus artículos como dios manda para hacer comentarios acordes. Purgaré mi falta viendo The Cove para que podamos ponerla a caldo a gusto en un futuro.

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  7. Buenas, Sr Rosa, tenía pensado cerrar el tema con tu permiso, licencia que se me antoja difícil de conseguir, pero resulta que mi ligereza al comentar me ha generado un trauma del que no sé si podré curarme. Como terapia, y a riesgo de que me acusen de llevar las cosas a mi terreno, añadir un matiz a mi idea sobre el desacierto al hablar de imposición de moral de occidente a oriente en el asunto que nos ocupa: Las vacas (el ejemplo te lo tomo prestado) se crían por todo el mundo y, por cada una que se mata, nace otra. Las ballenas y los delfines se cazan, con lo que aparte del salvajismo practicado sobre el animal, la especie va camino de extinguirse. Quizás sea cosa de la educación, pero yo no veo que estos dos casos sean análogos.
    Existe otro caso muy llamativo, que se eleva por encima del resto en cuanto a crueldad innecesaria, al igual que el de los cetáceos, que es el método utilizado para fabricar paté. Ahí sí te lo concedo, porque hay que tener bemoles para criticar el trato que recibe cualquier otra especie animal delante de esa monstruosidad, a la altura de la que habla tu artículo, tanto en brutalidad como en lo que se refiere a lo innecesario del producto para la subsistencia humana. Pero no nos pasemos, que muchos animales son tratados con la mayor deferencia posible teniendo en cuenta lo que son a fin de cuentas: sustento para el eslabón más alto de la cadena alimenticia.
    Y, para concluir, sacar a relucir la doble moral, en vez de despertar las conciencias como debiera, pienso que consigue un efecto contrario, ofreciendo argumentos a los que la denuncia señala, en este caso los japoneses.
    Gracias por ahorrarme la tarifa del psicoanalista hipócrita consumidor de paté :P
    Y sigue en pie mi voluntad de revisar la cinta para comentarla en persona (¡qué honor!) contigo.
    Un saludo

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  8. Hola de nuevo, acabo de ver The Cove y no me resisto a comentar varias cosas, ahora con mayor conocimiento de causa.
    Para empezar, tengo que darte la razón tanto en su sensacionalismo (sale una activista llorando mientras un delfín muere, para qué decir más), por otra parte difícil de evitar cuando se trata de animales tan cercanos en su forma de relacionarse con el hombre, como con la banda sonora, que parece sacada de una película de Tony Scott, y por momentos resulta ridícula. Ambos aspectos restan seriedad y credibilidad al documental, sin duda.
    En lo que se refiere a la parcialidad, es algo más relativo. Explicaciones no faltan: abastecimiento de delfinarios, orgullo nacional... aunque casi siempre ofrecidas por boca de los activistas, excepto en el caso de la CBI, que nos brinda su razón: “Las ballenas comen demasiados peces”. Diferentes son los casos de los ciudadanos japoneses de a pie, asombrados por el hecho de que la gente pueda alimentarse de carne de delfín, y de los balleneros, que se preocupan más en grabar con sus cámaras a los activistas (donde las dan las toman, pensarán) que en explicar motivos, previsiblemente económicos en su caso.
    En cuanto al tema de la doble moral de occidente, el visionado del documental no ha hecho sino aumentar mi convicción, en gran parte porque el objetivo del mismo no se basa únicamente en criticar las costumbres alimentarias japonesas, y de hecho se ve cómo gran parte del documental está enfocada al cautiverio de los delfines, señalando a todos los países, incluidos los occidentales. A esto se añade, tal y como se menciona en el documental, que la caza de ballenas (y, según O’Barry, por ende delfines) se practica en otros lugares como Sudamérica, pero la mayor dimensión problema, como igualmente se subraya, ocurre precisamente en Taiji, y es por eso que allí dirigen su mirada, pues erradicando la caza en esa zona concreta se reduciría drásticamente el problema.

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  9. Personalmente, de forma independiente a lo que la cinta transmite, reitero mi idea: partiendo de la premisa de que el hombre necesita proteínas animales en su dieta (al igual que un oso, asimismo omnívoro, que no desperdicia un nutritivo salmón si tiene oportunidad), no podemos comparar la ganadería de subsistencia practicada desde hace siglos, por mucho que el aumento de población haya significado la introducción de la cría masiva, con la caza indiscriminada de ballenas y delfines, especies imposibles de repoblar. Si además se considera la toxicidad de su carne, dato científicamente demostrado, y la dificultad de su venta y consiguiente aprovisionamiento furtivo de colegios, el sufrimiento de los cetáceos, visiblemente cruel, parece innecesario, al contrario de lo que ocurre con la matanza de ganado, imprescindible para la subsistencia humana
    Los animales son seres vivos que merecen nuestro respeto, pero nosotros estamos en nuestro derecho de aprovechar aquello que la naturaleza nos provee, siempre con medida. Tenemos que evitar convertirnos en una plaga (o serlo aún más) y utilizar los recursos de forma sostenible y, sobre todo, con el máximo respeto posible. Y la cuestión del respeto es, además, extensible a ámbitos más allá de la alimentación. Si podemos cultivar algodón, criar ovejas de las que extraer lana y fabricar materiales sintéticos, es irracional tener que matar focas a palos para que una puta ricachona se vista con su piel. Igual que la experimentación con animales con fines terapéuticos puede ser aceptable, y no así con fines cosméticos. Incluso comprarse una mascota puede considerarse un acto deleznable existiendo la posibilidad de adoptar. Pero hay que saber diferenciar, y todo esto no quita para que podamos comernos un buen chuletón sin sentirnos culpables. Más culpables deberíamos sentirnos por llevar a nuestros hijos al zoo en todo caso… algo en lo que este documental me ha abierto los ojos.
    Un saludo y enhorabuena por tu análisis del documental, muy acertado y completo, aunque no comparta la idea de que la sociedad occidental, tan proclive a ello por otro lado, esté imponiendo su moral a oriente en este caso concreto.

    PD: la restricción en el tamaño máximo de los comentarios no mola :(

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  10. Se me olvidaba: http://www.southparkstudios.com/full-episodes/s13e11-whale-whores

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  11. He aquí la verdadera razón por la que los japoneses cazan delfines y ballenas...

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  12. El capítulo de South Park sobre las ballenas me lo habia guardado para darle un repaso a la serie en un futuro próximo. Es genial y muy apropiado para el asunto que discutimos; observa el final, cuando el padre de Stan le dice: "bien, ahora los japoneses son gente normal como nosotros y asesinan mamíferos terrestres" o algo así. Es lo mismo, majo. Igual de inmoral.

    Sobre lo de las proteínas te doy la razón y te recuerdo que hay fuentes de proteínas más sanas y de origen no animal que se usan y no se fomentan porque no interesa, una vez más, a la potentísima industria perjudicada...

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  13. La conclusión que extraigo es que tu moral, la de Trey Parker y la de Matt Stone son diferentes de la mía. En mi opinión, no es inmoral matar animales para cubrir las necesidades alimentarias (sin inflingirles dolor ni sufrimiento innecesario, claro) o en investigación terapéutica, por echar más leña al fuego y, sobre todo, resaltar nuestras discrepancias morales (entiendo que para ti, Trey y Matt, esto último tampoco estará bien).

    Si es cierto que el hombre puede prescindir de las proteínas animales, que lo expliquen en los colegios y en las universidades, y que la industria cárnica caiga con todas las consecuencias. Sin embargo, los estudios nutricionistas informan de elementos, como la vitamina B12, esencial para el desarrollo de los tejidos cerebrales, presentes únicamente en las proteínas animales, y que hasta hace poco éramos incapaces de sintetizar artificialmente. Una dieta sana y equilibrada debe incluir, según dicen los expertos, un porcentaje mínimo de proteínas de origen animal, de alto valor biológico, combinado con proteínas vegetales en un porcentaje mayor, por su menor toxicidad.

    Las especies omnívoras, pudiendo alimentarse de vegetales, cazan, para complementar su dieta, animales de niveles inferiores dentro de la cadena alimenticia. ¿Es distinto nuestro caso porque somos racionales y capaces de sintetizar vitamina B12? Y antes de esto, ¿éramos amorales? Yo creo que no, y opino que esa moral de la que me hablas es contraria a la propia evolución de las especies.

    http://www.nutricion.org/img/rueda_alimentos_ar.jpg

    http://www.aesan.msc.es/AESAN/docs/docs/come_seguro_y_saludable/guia_alimentacion2.pdf

    Éstas son las recomendaciones de la Sociedad Española de Dietética y Ciencias de la Alimentación y la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria, no sé si bajo soborno o coacción de la industria cárnica :)

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  14. No digo que sea inmoral alimentarnos de animales, hombre. Sería ir contra nuestra propia naturaleza, pero está claro que nuestro modelo de explotación está basado en la cosificación de los seres vivos para mantener a una población tan grande que, de otro modo, es insostenible. En realidad es un problema que no ofrece soluciones a simple vista y requiere el avance de la investigación en las proteínas sintéticas que imiten a las animales que, como bien dices, tienen propiedades hasta hace poco imposibles de emular. La solución podría estar cerca, mira aquí y aquí

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  15. Qué bueno! Camarero, una de cerdo a la placa de Petri!

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