Origen: un viaje a la mente de Nolan.

El parásito más resistente no tiene forma corpórea. Las ideas se instalan en la mente y es casi imposible deshacerse de ellas, así nuestra realidad se construye desde la percepción y el raciocinio. Esto lo sabe bien Dom Cobb, extractor de ideas, detective del pensamiento. También sabe que las ideas tienen un origen, una sensación, una señal, que fecunda el  germen de la razón y  engendra una nueva convicción. Cristopher Nolan es un director de fuertes convicciones, desde luego, y así  lo demuestra en sus películas –siete hasta el momento-, en las que repite una fórmula narrativa de, digamos, estructura coital: una fase preliminar sin prisa –y sin pausa-, incluso morosa, para lubricar dejando preparado el siguiente acto, seguida de una etapa frenética, de constante aumento entrópico, que termina reclamando cierto grado de fortaleza cardiovascular.

Los principios deontológicos del director británico exigen sacrificios a los ejecutivos del mercadeo: el metraje se dispara, esta vez a dos horas y media, y el autor no regala ni una explicación de más en la historia, que demanda la implicación total del espectador para captar el entramado, pero sin pedir que haga concesiones, salvo las mínimas necesarias para aceptar las reglas del juego onírico-tecnológico que se le plantean. El éxito de crítica y aceptación de las obras anteriores de Nolan desmiente los prejuicios habituales de las productoras y fulmina esos estudios de mercado que deben decir que somos idiotas y queremos todo masticado. La experiencia en Origen vuelve a ser satisfactoria, absorbente y perdurable.


El Caballero Oscuro sublimaba la propuesta de Nolan con un ritmo progresivo que conducía de forma temeraria al agitado clímax final; en Inception  la fórmula es destilada otra vez y se le añade complejidad, con una narración que alterna cuatro realidades simultáneas, niveles de conciencia diseñados para embaucar a un objetivo que no sabe que un equipo de personas le conduce por los sueños para manipular sus principios. La última hora de película nos traslada de una realidad a otra de forma sucesiva, disminuyendo el compás gradualmente a medida que se acaba el tiempo de los personajes y se complica la trama. La intensidad aumenta hasta un orgasmo que, parece, deja todo definido, salvo por los últimos treinta segundos.

Ocurría en Shutter Island, el otro paseo por la mente que se dio Di Caprio este año, que al final, y después de pasarse la película un paso por detrás de lo que ocurría, igual que el protagonista, el espectador quedaba un rato decidiendo si el agente Teddy Daniels estaba loco o no, o si, en cambio era uno mismo quien estaba ya un poco tocado, hoy lo dejo todo. El efecto es parecido en Origen gracias a un final que deja la puerta abierta a interpretaciones subjetivas. Uno puede irse a casa pensando que significa una cosa, y su acompañante pensará lo mismo al revés, e incluso necesiten hablarlo antes de sacar conclusiones para  no llegar a ninguna.

Los actores pasan a un tercer plano ante el protagonismo de la historia y la espectacularidad visual, a falta de revisar la versión original para poder disfrutar los escasos matices que pueda haber aportado el elenco, extraordinario pero poco exigido. Sólo cierta torpeza en las escenas de acción y algún momento de lentitud en la cinta, probablemente provocado en mi caso por la experiencia  pegajosa de  tener que compartir sala con selectos productos  de la degeneración humana, restan algo a un filme elevado a excelso por su imaginación retorcida, su estilo narrativo y por ser un islote en el mar de la mediocridad del cine veraniego. Mantenga sus ideas, Señor Nolan, las saque de donde las saque.





Origen (Inception, 2010) Película - Tráiler Español [HD] (Youtube, 2:12 min; WarnerBrosInception)

Más información en Imdb.

4 comentarios:

  1. Bien hecha, sí. Entretenida, a ratos. Inteligente, no tanto. Desperdiciada, seguro.
    David Lynch, por el cual no proceso especial amor, sino todo lo contrario, podría darle a Nolan unas cuantas lecciones sobre cómo desplegar un universo onírico sin gastarse una millonada y sin que los propios personajes tengan que andar explicando en qué consiste el, tristemente vacío, juego de prestidigitación, que, todo sea dicho, se apoya en los tópicos más comunes del cine de acción.
    Hace tiempo dejaron de interesarme los traumas amorosos de Leo y las guerras entre empresas por la supremacía energética. Y aunque tiene puntos, como esa peonza que nunca para de girar o el tren descarrilado, nunca alcanza, ni de lejos, el nivel de otras, como la obra maestra por excelencia en el campo de lo “no real”: Matrix.
    La película intenta, sin conseguirlo, tapar su narrativa desbocada y su escasa cercanía con fuegos de artificio. El final, que hace un fútil intento de reventarte en la cara, se prolonga hasta la extenuación. No nos engañemos, esta tomadura de pelo no es de Nolan, una marioneta a manos de los productores. O eso espero, amigo Nolan.
    Onirismo y onanismo (mental) a partes iguales. Para mentes poco exigentes. Si Freud levantara la cabeza... O, qué coño, si la levantase el propio Nolan!!
    PD: ¿Alguien ha mencionado Shutter Island? Definitivamente, me quedo con esa.

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  2. Gracias por tu comentario, da gusto leer opiniones bien argumentadas. Comparto algunas cosas, ahora en la distancia. He visto la película otra vez y mi entusiasmo ha bajado, la verdad. Sí que hay cierto pajeo manipulador, pero sigue pareciéndome un pedazo de película.

    No he investigado sobre el asunto, pero discrepo en lo del encargo. El guión es de Nolan y no sé hasta que punto habrá intervenciones externas en una historia que parece una obra muy personal. El mérito -demérito para tí- se lo concedo todo a él.

    Y sí, Shutter Island -basada en la novela del gran Dennis Lehane- es magnífica y me ha dado la sensación de pasar un poco de puntillas para el gran público. Lamentable.

    Un saludo.

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  3. Hola, soy ese primer anónimo que, cegado por su propia ineptitud, expuso sin reparos su indignación por una película que, ni de lejos, había comprendido. Aún hoy me siento incapacitado para hablar a la ligera de la que considero una de las películas más inteligentes de la historia del cine. Una obra maestra digna del aplauso de Lynch (al que, eso sí que no ha cambiado en estos dos meses, sigo odiando por reírse de mí en cada una de sus películas, incluida, por motivos distintos a los más recurrentes en su cine, la del viejo que se recorre medio Estados Unidos en un puto tractor para visitar a su hermano moribundo).
    He de agradecer a una mente más clarividente que la mía el placer de haber entendido que no he entendido un carajo, y que seguramente aunque la revise cien veces nunca la llegaré a entender del todo, si no es, como se hartan de decirle a Cobb por activa y por pasiva, con un salto de fe. Está claro que Nolan, que tanto gusta de la magia, ha hecho esta vez el verdadero truco final y, aunque pone algunas trampas por el camino, nos deja ahí, sin mostrar compasión alguna, ante un quebradero de cabeza que no se nos presentaba desde que Amenábar desfigurase (o no) el careto de Eduardo Noriega.
    Mi frase: “Hace tiempo dejaron de interesarme las guerras entre empresas por la supremacía energética” es quizás una de las más estúpidas que haya, no ya dicho, sino oído o leído en toda mi vida. Si la ignorancia es la madre del atrevimiento, el Cid a mi lado parecería Scooby-Doo.
    Para mentes poco exigentes… anda que ya me vale. Si Freud levantase la cabeza fliparía con el peliculón de Nolan, qué cojones!

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  4. Rectificar es de sabios. Atreverse a reconocerlo es otro cantar. Enhorabuena por dar ese paso.

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