MPAA o la moral como pretexto.

La corrección de comportamientos fue una necesidad del hombre desde que éste a aprendió a vivir en sociedad y, a medida que aumentaba el nivel de complejidad de sus comunidades, crecían los códigos que rigen esa cosa que llamamos civilización. La moral y la religión, la política, el derecho, todos ellos ordenamientos que necesitan vigilancia desde siempre para garantizar el cumplimiento de las convenciones que, nos dicen, acordamos, aunque siempre nos parezcan impuestas. La censura, en cualquiera de sus justificaciones, es una práctica que, desde luego, tiene historia. Sólo hay que acudir al Diccionario de la R.A.E. para encontrar sus orígenes. “Censura: (Del lat. Censūra); (…) 6. f. Entre los antiguos romanos, oficio y dignidad de censor.”, dice el Real Glosario. Si tenemos en cuenta que el censor romano, además de censar a la población, era el encargado de “velar sobre las costumbres de los ciudadanos y castigar con la pena debida a los viciosos”, veremos que las cosas, después de todo, no han cambiado tanto. Y no es que podamos quejarnos aquí en España, que en este momento disfruta de un grado de libertad creativa que no había conocido, si bien no habría de satisfacernos,  con ejemplos tan sangrantes de retroceso a épocas de Sauron como el secuestro de El Jueves en nombre del Rey o la más reciente cancelación de la emisión de la reprochable -no censurable- A Serbian Film en el Festival de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián, ordenada por un juez, promovida por una agrupación religiosa, y ejecutada en nombre de los niños -dónde jugarán-. Serán los suyos, claro, los del juez o los beatos denunciantes, suponemos, que se ve que tenían pase para el festival.

A salvo los angelitos de soñar con cosas serbias, decíamos, los españoles disfrutamos de una época de apertura al mundo y a la diversidad de ideas que se refleja, en lo que afecta al cine, en nuestro sistema de calificación de películas, sobre todo si lo comparamos con la realidad de otros países donde tanto se cacarea la libertad. Mientras en nuestro país, el ICAA, el organismo del Ministerio de Cultura, califica con unos criterios acordes a la realidad social y siempre penalizando la violencia gratuita, sólo recomendando, sin obligar a nadie; mientras, en Estados Unidos, California, Los Ángeles, Hollywood,  no sólo los criterios son de una moral y parcialidad chirriantes, sino que obligan a los consumidores a acatarlos, con la prohibición de la entrada a menores para cintas clasificadas NC-17 y sugerencias sobre lo que es apropiado y lo que no, que apelan muy seriamente a la responsabilidad de los padres, señalándolos si no cumplen, y siempre en función de unos valores que parecen extraídos del Código de Caballería; referencia ésta que podemos considerar vigente, moderna incluso, si pensamos en otras escuelas ideológicas en auge por  esos lares, como el creacionismo.

La MPAA (antes MPPDA) es el organismo encargado de decidir la calificación de las películas en Estados Unidos. Su actividad se remonta a los inicios del cine, a una época en que la vida licenciosa que promovían muchas películas hizo necesaria una reacción por parte de la industria para reducir escándalos y costes de reedición. Ahora, tras una evolución paralela a la de la cinematografía, tras reinventarse mil veces para tener aún hoy una razón de ser, esta institución sobrevive mantenida por la propia industria con fines ya no tan claros, pero con el mismo poder de siempre.  Y es que, mientras la MTV y la Disney producen televisión para Sostres y Sanchez Dragó, mientras la Hilton pasea su ponzoña entre esas piernas de hueso de santo, al viento, como símbolo definitivo del maleducado colonialismo cultural yanqui, señores como Bertolucci, Almodóvar y, en definitiva, cualquier autor independiente con obra propia, pueden pegarse de morros contra la moral paterna hecha siglas en el país que nos exporta el mal gusto. Con la MPAA hemos topado.


El no intervencionismo estatal en los USA crea un hábitat salvaje en el que los grandes estudios se comen a los pequeños en nombre de una moral supuestamente representativa de la del padre medio yanqui, el cual, siempre guiado como dios manda por los dictados de su confesión correspondiente, preocupado, confía la calificación de las películas a un organismo que defenderá sus supersticiones ante los desmanes libertinos con firma de autor. El problema es  que el sistema oficialmente desregulado provoca que la moral emane de las multinacionales que dominan el negocio. El Estado se inhibe y no hay control salvo el que ejercen las propias corporaciones: nadie sabe qué ideólogos establecen sus principios ni si sus secretos jueces de la decencia tienen alguna preparación o legitimidad para decidir el futuro de un producto artístico. Concepto este, el artístico, obviado por esta institución si atendemos al  criterio básico de designación de sus jueces, que lo son por ser padres de menores, nos aclara la MPAA en su web. Ya están los padres de menores tocando los cojones. Ni en el autobús, ni en la sala de cine, ni ya en la sala de montaje. Siempre hay alguno metiendo bulla. El caso es que la película es observada  únicamente como un producto de consumo y no como una obra con intención artística, para lo que haría falta algo más que unos padres preocupados y dos sacerdotes a dedo. Así les luce el pelo a autores como Almodóvar…

Cartel en inglés de Átame.
Átame (1990), del manchego universal, pilló una X cuando cruzó el charco como quien pilla una venérea, y ese año compartió calificación con cintas como Henry y June (Philip Kaufman) o El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante (Peter Greenaway), además de con toda la pornografía de aquella temporada, fuese cual fuese su nivel de depravación. Toda una condena para cualquier película. Ese año se levantaron muchas voces contra este sistema de clasificación que marginaba a las cintas estigmatizadas al gueto comercial formado por las salas X y las secciones con cortinas en los videoclubs más atrevidos. Los Blockbuster y grandes cadenas tipo Wal Mart también rechazaban la distribución de filmes clase X, cercenando así toda posibilidad de rentabilización del producto infamado.

La reacción de la MPAA en aquel 1990 fue cambiar de nombre a la categoría X por el actual NC-17, para escapar, según  alegaron, de la percepción negativa del término anterior, ya bandera del cine puramente pornográfico, que agitaba su incógnito emblema como marca exclusiva de obscenidad y coqueteo con lo prohibido. El cambio de nombre se aplicó ya desde ese año –constan como NC-17 los filmes antes referidos- y la reacción de vendedores y exhibidores fue la de de aplicar una lógica simplista, obvia y aplastante: si no vendíamos de aquello, no venderemos esto, of course. La MPAA registró esta vez como propia la nueva nomenclatura para asegurarse la exclusividad en su aplicación, precaución que no tomó antes con la X, lo que permitió su uso indiscriminado desde la industria del porno más allá del control de la agencia calificadora.

El cambio de modelo en el consumo de la pornografía, con las salas X en declive a causa del auge del formato privado de paja casera -o VHS-, no hará necesario su paso por las manos de la MPAA, y permitirá a los productos del porno mantenerse cómodamente en el limbo de las categorías Unrated o Not Yet Rated –sin clasificar-, toda vez que su rentabilidad ya no dependía de la exhibición pública. Mientras, cualquier película con intención de ser distribuida con alguna garantía en salas, debía –y debe- pasar bajo la mirada del jurado de papis, que influirá de manera determinante, con la calificación otorgada, en las oportunidades comerciales de una cinta que, si es clasificada NC-17, acabará estrenándose en un número reducido de cines y siendo ignorada por las grandes cadenas de venta de películas para consumo doméstico.

Orígenes MPAA

La MPPDA –ahora MPAA- aparece en 1922 promovida por los grandes estudios de Hollywood, que tenían que enfrentarse a más de cuarenta censores locales en todo el país. En aquellos tiempos se estrenaban distintas versiones de una cinta según la zona y la sensibilidad moral de la autoridad competente de cada región, lo que alargaba y encarecía el proceso de distribución de manera inconveniente. El objetivo oficial de la organización dirigida por William H. Hays era el de crear un sistema de autoregulación que se anticipase a las tijeras de cada estado y protegiese los intereses de la industria, disminuyendo costes de edición y garantizando el respeto a la audiencia con la censura de toda promoción de estándares de vida inmorales.

El cine se había convertido en plataforma para la idealización de la figura del gángster y la difusión de comportamientos y actitudes inadmisibles para el puritano concepto de decencia  vigente en la sociedad del momento: la mitificación de la delincuencia, la insistencia en mostrar el cuerpo de la mujer o la aberrante afirmación de que existía una sexualidad femenina lúdica y aceptable eran ideas tan execrables para la hipócrita moral oficial como palpables en una sociedad que vivía el melodrama de la época entre el optimismo efervescente –años 20- y una gran depresión –crack-, y que veía en el cine una necesaria y terapéutica reproducción de sus anhelos y preocupaciones.

Si alguien debía representar y transmitir los deseos de aquel tiempo no habría de ser el cine, no mientras hubiera alguien en ese país con el sentido de la decencia suficiente  para evitar semejante ultraje. Financiada por los estudios e impulsada por el auge conservador que provoca toda crisis económica, y por las circunstancias que rodeaban al cine en aquellos tiempos, la MPPDA debía limpiar la imagen de la aún joven industria, que había colmado el vaso de la indecencia con las últimas tropelías de sus estrellas: Roscoe Fatty Arbuckle llenaba las portadas de entonces al ser detenido por violación y asesinato, y el director William Desmond Taylor era liquidado en su casa en extrañas circunstancias, mientras la industria cinematográfica, con mucho aún por demostrar -todavía un cuerpo extraño en la cultura-, era blanco de las críticas de los colectivos más susceptibles: los religiosos.

La tarea de limpieza fue encomendada a William H. Hays, un señor metido en política por el lado republicano, que debía lidiar con las exigencias de la junta censora federal por una parte  mientras por la otra chocaba con la reticencia de los productores a ver sus obras alteradas. A esto se añadían las presiones de grupos de filiación religiosa que exigían tolerancia cero contra lo que consideraban un mercado de la indecencia que, por otra parte, resultaba muy rentable a los estudios. Cada centímetro extra de carne –muslo o pechuga, lo mismo da- contaba y sumaba audiencia, mientras hurgaba en la herida abierta en la sensible moral de un país en que lo público y lo púdico se cuidan mucho, y en el que, aún hoy, se sospecha de aquel  que se confiese ateo, paranoia colectiva que atribuiremos a la infame herencia de McCarthy, el bastardo sin gloria de los rojos.

Los primeros años fueron muy difíciles para Hays, que no conseguía definir un estándar eficaz que guiase a los estudios en el intento de superar la censura sin tener que reeditar y que, así,  redujese costes a la industria: las cintas seguían tropezando con el muro represor federal provocando pérdidas. Mientras, el pitorreo de los productores hacia la figura de Hays era notorio; durante los años veinte y primeros treinta hubo muchas películas que se saltaron el código moral a pesar de que éste se había endurecido en 1930 tras el apoyo a Hays por parte de varios líderes religiosos que desconfiaban incluso de la autoridad censora federal, cuyos criterios consideraban demasiado laxos. El  conocido como Código Hays sólo comenzó a ser efectivo cuando las protestas de los conservadores consiguieron comprometer con su causa a algunos importantes inversores. La reacción de los estudios, en plena crisis económica, fue conceder el control  absoluto a la agencia dirigida por Hays. Por supuesto, al desaparecer el dinero, todo el mundo dio por bueno el Código.

El Código Hays velaría por la protección del estilo de vida correcto, moralmente aceptable, según unos conceptos de tales cualidades basados en la estricta negación de la sexualidad y el fomento de la virtud –qué será-  y de unos valores reaccionarios que se protegían gracias al poder absolutista de la agencia sobre los permisos de distribución de cada cinta. Si la MPPDA no aprobaba la película, ésta no se estrenaba. Cada cinta se sometía a la mirada de los expertos que, colaboradores, sugerían por donde habría de pasar la tijera para que el producto fuera admisible. Era evidente que la moral le había ganado la batalla al negocio o, al menos, lo había encarrilado por una vía que permitía su control, sometiendo sus productos a examen en función de unos criterios muy rígidos que condenarían toda meada fuera del tiesto,  condicionando a toda una generación de creadores que, dicho sea de paso y como siempre ocurre cuando se impone la censura, supieron adaptarse y continuar la evolución de un arte que disfrutó de una época dorada durante los años de más fuerte represión. Siempre queda la duda de cuán dorada hubiera sido tal época sin prohibiciones, claro.


This Film Is Not Yet Rated

La realidad nos habla ahora, en la actualidad, de otra arista de este organismo censor como un eficaz método de control del mercado más allá de su función represora del libertinaje. Los grandes estudios, que ya dominaban la industria de manera transversal –producción, distribución, exhibición-, aprovecharon la coyuntura para consolidar un filtro por el que debían pasar todas las producciones con intenciones comerciales; también lo gobernarían ellos, como el trust omnipotente que ya eran. El pretexto de la moral sirvió para instaurar un provechoso instrumento de autoregulación al margen de cualquier autoridad tutelar, permitiendo nada menos que la censura de un producto al arbitrio de los magnates del negocio.


La película documental This Film Is Not Yet Rated, del 2006, nos habla de la actual MPAA y su sistema de calificación. Con la colaboración de gente como Matt Stone (South Park), Darren Aronofsky o Kevin Smith, que dan testimonio del trato que reciben las producciones independientes, este documental relata el proceso de clasificación al que se someten las películas a través de la experiencia personal de directores que han obtenido calificaciones NC-17, y, también, exponiendo el propio reportaje ya rodado al juicio de la junta de clasificadores. Mientras, realizarán una investigación para descubrir las identidades de los que forman la junta y el comité de apelación. Los resultados son reveladores: la cinta se lleva un NC-17 por reproducir imágenes de contenido sexual y, en la apelación, el tribunal resulta estar formado por altos representantes de las empresas distribuidoras, filiales todas de los conglomerados corporativos que controlan la industria, además de por dos clérigos cristianos. Entretanto, los testimonios de varios de los autores que colaboran ofrecen pruebas de la diferencia de tratamiento que se le da a una cinta producida por los grandes estudios en relación a las de origen independiente, que nunca reciben consejo acerca de cómo conseguir una puntuación más piadosa.

La Mala Educación también
se llevó un NC-17
El documental dirigido por Kirby Dick fue presentado en Sundance y tuvo una buena acogida por la crítica, aunque sólo fue tímidamente distribuido en EEUU, Reino Unido y Singapur. Aún así, algún impacto tuvo en la MPAA, por lo menos con su crítica a los arcaicos valores de la junta; de hecho, parece que las cosas han cambiado por allí últimamente, ya que desde el estreno de esta cinta casi no ha habido calificaciones NC-17. No obstante, la gran  diferencia de oportunidades entre una calificación R y otra PG-13 sigue manteniendo una barrera que se bajará cerrando el paso a determinados filmes por criterios más que cuestionables. Como muestra el documental, los prejuicios de la junta se hacen evidentes a la hora de valorar escenas equivalentes de sexo heterosexual u homosexual, o cuando se comparan violencia y sexo. Así, los gays siguen siendo incómodos, las chicas buenas no tienen orgasmos y la violencia es mucho más aceptable que el sexo; de hecho, aquella es admisible casi en cualquier grado para niños pequeños, según las conclusiones que podemos sacar al ver los ejemplos que nos muestra la película.

Las calificaciones en EEUU: la vergüenza del sexo

La web de la MPAA nos informa de los criterios aplicados para valorar cada cinta. Las calificaciones son vinculantes para exhibidores y, por extensión, a los consumidores, al contrario que en el sistema español que, a través del ICAA, establece unas calificaciones a modo de sugerencia. En EEUU, un menor debe ir con un adulto para ver una R, y no puede acceder a la sala para ver una NC-17 como, por ejemplo, Soñadores (2004, Bertolucci) porque el trío –con dos chicos- que se montan, bien podría robar inocencias para siempre, mientras Hostel o Saw -ambas sagas clasificadas R- admiten a menores en las salas. Total, la violencia gratuita ya está en las noticias, en los institutos, en casa. El sexo no, claro, que, sabemos,  es malo y da vergüenza. Juzguen ustedes:


G: Todas las edades admitidas. Sin desnudos, sin sexo, sin uso de drogas. Sin palabras fuertes, aunque podría haber algunas expresiones no corteses del lenguaje común. No contiene, a los ojos de la junta, nada que pueda ofender a los padres de un niño pequeño. No implica que sea exclusivamente infantil.


PG: Algunos contenidos pueden no ser apropiados para niños. Se recomienda la orientación de los niños por parte de los padres. Puede contener palabrotas, algunas representaciones de violencia o de ligero desnudo, aunque nunca de forma ofensiva, según ellos. No hay uso de drogas.


PG-13: Advertencia a los padres. Algún contenido inapropiado para menores de 13. Los padres deberán decidir si los menores de 13 pueden ver la película. Puede haber uso de drogas, aunque éste siempre puede considerarse merecedor de una R según el criterio de la junta. Puede haber algún desnudo, aunque no orientado hacia el sexo. Puede haber violencia, aunque no extrema, demasiado realista o persistente –los criterios comienzan a ser difusos- y puede haber una -sí, una- palabrota fuerte de índole sexual –fuck-, pero sólo una. Si hay dos, R de restricted.


R: Menores de 17 deberán ir acompañados de un adulto. Se recomienda a los padres que no se lleven al cine a los menores de 17 –toma ya-. La película contiene material adulto según el criterio de la junta. Temática adulta, lenguaje fuerte, desnudos orientados al sexo, violencia intensa o persistente, o abuso de drogas.

            ·Ejemplos curiosones:

·American Pie (autor irrelevante; 1999; Universal Studios; no recomendada para menores de 18 en España) Monumento a la tontería, al machismo y a nosecuantas cosas que no recuerdo, por suerte. Su ingenuidad merecería un para todos los públicos, pero su estupidez y el hedor de los valores que enseña piden a gritos la acción censora de algún comité responsable. Llama la atención que se lleve una R si la comparamos con otras cintas que sí han escandalizado a la junta.

·Two Lovers (James Gray; 2008; varias compañías independientes; no recomendada para menores de 12 en España) James Gray, más que interesante director, nos cuenta, sin ninguna concesión al sexo gratuito, algo que todos conoceremos varias veces en la vida: el tormento de elegir entre lo que queremos y lo que nos conviene ¿Por qué demonios no va a poder ver esto una persona de 15 años, joder? Para el que no la haya visto, me reservo la lección que nos enseña esta excelente película.

·Saw y Hostel (sagas gore con varios títulos en cada una; Lionsgate, estudio independiente, pero estrecho colaborador de los grandes estudios; no recomendadas para menores de 18 en España) La exhibición pornográfica de violencia  en ambas sagas es conocida por todos y celebrada por los fans del gore. A veces, este género puede tener efectos terapéuticos para muchos, vale, pero, si existe una categoría ideada para señalar las películas que abusan del morbo sin sentido, quizás  éstas –y no otras- deberían estar allí…



NC-17: Espectadores de 17 años o menos no admitidos. “Demasiado adulta para los menores de 18”, según la junta de calificación. Aclaran que NC-17 no significa necesariamente obsceno o pornográfico. La calificación podrá estar basada en violencia, sexo, comportamiento aberrante o abuso de drogas hasta un punto que los padres puedan considerar excesivo para menores de 18.

                ·Ejemplos curiosones:

                ·Matador (Richard Shepard; 2005; varias compañías independientes; no recomendada para menores de 13 en España) Comedia negra entretenida e intrascendente con Pierce Brosnan y Greg Kinnear que tendré que volver a ver para encontrar  el contenido censurable que le hizo merecer esta calificación.

                ·But I´m a Cheerleader (Jamie Babbit; 1999; varias compañías independientes) Película que se ríe de las terapias de reorientación sexual en Estados Unidos, esos cursos de rehabilitación para homosexuales en los que les enseñan a ser humanos normales. Su directora accedió finalmente a cortar escenas para obtener una R. La protagonista tocándose ahí por encima del vestido era demasiado para la junta y hubo que eliminar semejante oprobio.

·Soñadores (Bertolucci; 2003; varias compañías independientes; no recomendada para menores de 18 en España) Película que intenta aludir al espíritu revolucionario de la juventud enmarcándolo todo en una pintura pretenciosa donde el sexo –explícito, si- es una simple excusa del discurso vacío de su poco inspirado autor. Eso sí, no hay mal gusto en el uso de estas escenas, al menos comparado con lo que los chavales pueden ver en Internet en cualquier momento. Es más, si el sexo es el problema, podríamos hablar largo y tendido del último concierto de Miley Cyrus -Hannah Montana- en Madrid. Qué caras las de los padres al descubrir que llevaban a sus hijas a un peep show. Estaban encantados. Ellos, claro.

Hostel demuestra que se puede obtener una R con cualquier 
cosa. Sólo hay que hacer que la supercachonda ensangren-
tada no enseñe felpudo y no folle. Voilá...

Los criterios, como podéis ver, siempre conceden un amplio margen de interpretación a la junta de calificación, que podrá manejar los difusos límites de las categorías determinantes a su antojo. Expresiones como “violencia intensa o persistente” o “demasiado adulto”, junto con las recomendaciones orientativas a los padres, además del escandaloso carácter restrictivo de la maldita categoría NC-17, son las bases de un sistema extraño e inconcreto, represor, que descansa en una moral puritana y carca, y que permite, a través de la prohibición, de la práctica de la  censura, el monopolio del sistema  y su uso restrictivo por parte de los grandes de la industria, que seguirán haciendo negocios en nombre de la ética.


La excusa de la moral

Una vez aplacada la alarma social que rodeó al cine y motivó la aparición de un órgano censor promovido por la propia industria, la MPAA fue transformándose gradualmente en el actual sistema de control del mercado dirigido por las grandes empresas dominantes, como Sony, Fox o MGM. La naturaleza legítimamente espúrea de estas corporaciones invita, como mínimo, a sospechar de sus buenas intenciones a la hora de normalizar un mercado con la excusa de proteger ciertos  valores éticos. Pregunten, por ejemplo, a los usuarios de sanidad –privada- por la calidad moral de las empresas que hoy controlan el sector de los seguros médicos en el país del liberalismo y la autoregulación de mercados. Filántropos comprometidos antes que empresarios, les contestarán.

Y es que, de vuelta al cine, cuando la autoridad del Estado se ha acostumbrado ya a la presencia reguladora de una institución que nació, precisamente, para anestesiar su vocación represora, cuando la censura federal ya no existe oficialmente, éste organismo anacrónico sigue ostentando un poder omnipotente sobre la industria en un mercado gigantesco. El Estado se ha olvidado aquí de sus funciones y deja suelto, sin correa, al monstruo que creó. Su poder ahora, desaparecida la urgencia de saneado moral de los 20, sólo sirve a una causa: la de dominar el mercado y permitir a sus potencias, los grandes conglomerados empresariales que controlan los estudios, mantenerse en su estatus dominante. Algo  que  supondrán legítimo y usual los teóricos del libre mercado, pero que exige a todas luces una revisión por parte de instancias superiores -el Estado- para garantizar la transparencia en la asignación de calificaciones y la justa competencia entre las empresas del sector, para asegurar la representación real de las distintas sensibilidades de una sociedad, y para proteger la obra artística y diferenciarla definitivamente de la vulgaridad, más allá de todo prejuicio. Con todo, aún hoy, se invoca a la ética para proteger el predio de estos señores feudales, los grandes estudios, que se arrogan el oficio y la dignidad del censor romano que originó tan ilustre profesión, para así, con la prostitución de la moral, alejar a ésta de la idea de elección individual y convertirla en una burda excusa que sirve en realidad para proteger los intereses de esos pocos, los mismos de siempre, para los que siempre la moral fue lo mismo: un pretexto.



Más cosas:

Si queréis conocer mejor los orígenes de la MPAA y los valores que regían el cine de la época, aquí tenéis este excelente documental del canal TCM, Hollywood Prohibido:



Para consultar las locas locas calificaciones de la MPAA, pinchad este enlace.

Para comparar con las calificaciones en España, pinchad aquí.

5 comentarios:

  1. Los organismos censores, amigo mío, son algo necesario, precioso y que debe ser salvaguardado, como los pasos de semana santa o el flamenco, declarados patrimonio intangible de la humanidad.
    Si no de quién nos íbamos a estar riendo durante tántos años?
    No se si conoce el curioso caso que nos regaló la censura franquista, aquín mismito, en el año de nuestro señor de 1953:
    Película: Mogambo, del sinvergüenza y zafio de John Ford.
    Resulta que para los curillas de la tijera, la tentativa relación extramarital entre Clark Gable y Grace Kelly (habráse visto princesa más cochina)resultaba caso digno de autoflagelación y sangrado ocular inmediato por parte de aquella pobre alma cándida que tuviera la desgracia de mirar a la pantalla, como quien contempla la górgona, vamos.
    Su solución fue cómoda , moderna y funcional, como los tetrabriks: con sus santos cojones por bandera cambiaron el doblaje, haciendo de los personajes de la Kelly y su marido en el film... Hermanos!
    Con lo cual la princesita no cometía adulterio con el bueno de Clark... pero sí un sugerente incesto con Donald Sinden!
    Mmmmmmh....
    Termino lanzando esta sugerencia: quién no cometería incesto teniendo por hermana a la Kelly?
    (Mierda... espero que esto último no haya convertido este comentario en NC-17)

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  2. Gran apunte. Lo de Mogambo es legendario. Esos curas y vigilantes de la virtud rearbitrando el cine de John Ford, toma ya. Valientes energúmenos...

    Lo bueno -como bien dices, qué haríamos sin ellos- es que transformaron una cosa de lo más normal en un relato sospechoso, casi enfermizo. Soberbio trabajo, sí.

    Por cierto, Chinero, bonito, espero que no tengas hermanas. En fin...

    Bienvenido.

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  3. Muy buenas,creo que habría que mencionar también las bipolares reacciones que ha causado la censura a lo largo de la historia, como por ejemplo la auto-censura practicada por los propios directores en la época franquista, temerosos de mostrar una triste pantorrilla, que contrasta con la práctica de algunos otros, quienes incluían barbaridades a cascoporro con la esperanza de que el contenido original quedase velado y a salvo de la tijera. Por último solo apuntar lo triste que resulta que sea tan evidente la comparación entre la censura de una dictadura de hace 40 años con la actual en EEUU, la cuna de las pelis que nos tragamos (como pastillas, sin masticar)......

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  4. Tienes razón. Hoy los hay que pasan por el aro y otros que ni se lo plantean.
    Por ejemplo, ¿qué le pasa a Nolan con las escenas de sexo? Despues de ver This Film Is Not Yet Rated se me ocurre que quizás la ausencia total de contacto físico en sus cintas sólo esté motivada por intereses comerciales, en lugar de pensar, como antes hacía -qué ignorante-, que el bueno de Nolan tenía algún trauma infantil y una cavidad pélvica al estilo Ken, el novio de Barbie, que le mantenían al margen del apareamiento.
    Como él, tantos otros que seguramente renuncian a recursos parecidos para poder acceder a un número de salas que garantice rentabilidad. Como bien dices, los efectos son muy parecidos a los que consiguen dictaduras como la franquista.

    Un saludo.

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  5. ¿Qué le pasará a esta gente, que no saben distinguir entre realidad y ficción?
    Estos tipos demuestran tener la misma sensibilidad artística que una zanahoria y donde, pongamos, un director podría querer expresar angustia existencial o qué se yo, a través de una escena violenta o con cierta connotación sexual, ellos son incapaces de ver más allá de sus narices, obviando cualquier trasfondo, mensaje o cosa que se le parezca, y entendiéndolo todo como una apología de la perversión.
    Aparte, existen en su cruzada motivos distintos a los propiamente éticos, que reducen aún más si cabe la poca credibilidad que podría quedarles.
    Imagino que incluso se darán casos surrealistas donde la censura es pactada por unos y otros, mientras calculan los beneficios extra que les va a reportar el futuro montaje del director.
    Un chiste malo, en definitiva.
    Lo que hicieron aquí con Saw VI (extraño caso donde la censura española superó con creces, por lo que parece, a la estadounidense), por mucho que la violencia en su caso no pueda ser más gratuita, fue un atentado contra la libertad y la inteligencia. ¿Quién dicta, además, lo que es violencia gratuita? ¿No debería decidirlo uno mismo? Me parece estupendo que le pongan un “Mayores de 18”, incluso que tengas que pasar un psicotécnico para verla si nos ponemos tontos (“Sí, mire, aquí está mi licencia de espectador equilibrado!”), pero no estrenarla en los cines… para mear y no echar gota!
    En mi opinión, Ichi The Killer y otras películas del estilo deberían ser de visionado obligatorio en todas las escuelas de primaria. Aquí os dejo un “pedacito” de esa joya:
    http://www.dailymotion.com/video/x108x9_ichi-the-killer-trailer-uncut_shortfilms

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