Catfish: un acto de fe.

         

Todos los días nos exigen actos de fe. A todos. Ya sean para creernos nuestra propia vida o para no despreciar la de los demás. Pequeños ejercicios de voluntad que nos ayudan a continuar sin hacernos demasiadas preguntas demasiado peligrosas para ser contestadas. No vaya a ser que la verdad desmonte el endeble tinglado de nuestra propia salud mental; que no nos permita continuar.

Esta práctica no tiene buena prensa hoy. El incrédulo laicismo de la ciencia hace que, cada vez más, tendamos a un empirismo en apariencia sano para la mente, pero tan desalentador a veces, tan poco romántico, que la sensación de deshumanización nos persigue a muchos un par de cuadras por detrás.

No es este un alegato religioso. No es, tranquilos, lectores, el escrito de un iluminado tras una mística epifanía. Es un canto a la fe en las personas, a nuestras tantas veces despreciados semejantes. A la capacidad que aún tiene la realidad de sorprendernos, de horrorizarnos, de epatar, después de todo.

Y lo que aquí nos pide Catfish, hermanos, es un pequeño acto de fe. Igual que el que aparentemente tiene el protagonista en la película. Él no comprueba muchas de las cosas que ocurren mientras mantiene una bonita e inocente relación con Abby, la pequeña pintora, y su familia a través de Facebook. Sólo una eternidad después comienza a vislumbrar la lamentable realidad.

Los que acusan de falso a este documental –muchos- apelan a la, dicen, poco creíble ingenuidad inicial de los creadores.  Que un joven moderno y capaz, formado en comunicación y crecido entre googles y redes de contacto no compruebe, paranoico, ciertas pistas antes de mantener una relación online durante meses, es para ellos prueba de la falsedad del documento como tal.

Los autores siguen defendiendo la veracidad del filme. Cuentan en esta entrevista que el humorista Zach Galifianakis, que recordaréis por fumar hierba en un plató de TV hace muy poco, se negaba a creer la autenticidad de la cinta. “Zach, gracias”, dice Ariel Schulman, uno de los cineastas, “tu opinión nos convierte a Henry y a mí en los mejores guionistas de Hollywood y a Nev (Yaniv Schulman) en el mejor actor desde Marlon Brando”. Estoy de acuerdo, si todo es mentira, estos tíos son la hostia.

En contra de los que proponen la psicosis como rasgo común de nuestra raza, yo he decidido que esos argumentos tienen tanta vigencia como otros, por ejemplo, que dicen que muchas veces bajamos la guardia simplemente porque nos apetece. Creer en algo no significa ser un ingenuo o un idiota. Solamente hacen falta ganas. Si  Nev no se hace preguntas sobre su relación con Abby, Megan o Angela, no me sorprende. Si yo decido creer que este documental es real no me siento tonto. Encuentro tantos motivos para sospechar en la perfecta factura de la cinta y en la increíble historia que cuenta, como razones para creer que es cierto, que lo que veo es así, tan terrible, tan humano, tan triste como nos lo muestra Catfish. A vosotros ahora os queda decidir si os lo creéis o no. Una cuestión de fe. 

P.D.: Catfish no ha tenido apenas distribución fuera de EEUU aún. Aquí podéis consultar su Box Office y aquí su ficha en Rotten Tomatoes. Antes de leer ningún espoiler, os recomiendo que la veáis y juzguéis vosotros mismos; no deja indiferente, y eso es todo un valor hoy.

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