Un mundo implacable.

Hoy se estrena en España Inside job, el documental ganador del Oscar de este año en su categoría, ese que nos cuenta con sincera voluntad didáctica cómo el uno por ciento de la población mundial se hace con el dinero de todos los demás. A Boyero le parece una película de terror; no hay mejor definición. Asomarse un poco, nada más que para mirar por una grieta hacia fuera, hacia el exterior de la caverna, tiene un precio: hace daño a la vista y al alma. Después de ver este documental la mayoría preferiremos volver al abrigo de nuestra ignorancia consciente, a la seguridad de unas sombras proyectadas en la pared por ínclitos especialistas en el ilusionismo del capital. Seguiremos con nuestras vidas. Ya lo decía Platón.

Para abrir boca, y a falta aún de enfadarnos un rato viendo Inside job, pongo un ejemplo de cómo ven el mundo los que lo manejan, un ejemplo, después de todo, de cómo es en realidad...


El mundo es un negocio from jacgmur on Vimeo.

Network, un mundo implacable (Sidney Lumet, 1976), tiene este y otros momentos geniales. Los diálogos y los actores no tienen precio en este film que se llevó cuatro Oscars: los dos protagonistas, la actriz secundaria y el guión; casi nada. Peter Finch era el único precedente de Oscar a mejor actor entregado a título póstumo, hasta Heath Ledger, y nos dejó un personaje genial: el iluminado Howard Beale. Verla sigue siendo un placer, como pude comprobar hace unos días, así que ya sabéis, si sólo os quedan Tron o similares, haced el favor, poned Network.

4 comentarios:

  1. Un mundo perfecto, sin guerras ni carencias... el caso es que me suena de algo

    Habrá que ver Inside Job. Ya te contaré el nivel de mi cabreo, aunque no creo que sea nada alarmante, a estas alturas uno ya está curado de espanto

    Qué triste y qué cierto.

    Saludos crack

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  2. Veo que se ha fijado en la parte del discurso en la que este señor divaga sobre una utopía mercantil con efectos pacifistas.
    Supongo que esa parte quiere delatar al personaje como un iluminado, un entusiasta enfermizo.
    Lo que me interesa es su descripción de la organización mundial verdadera, la que se admite sólo off the record: un mundo dirigido por corporaciones, donde las naciones no tienen fronteras y se llaman Exxon o Microsoft, donde palabras como Democracia o ideología son sólo eufemismos de cara a la galería, donde los políticos son banqueros y legislan en consecuencia. Eso es lo que da miedo. No deja de sorprenderme el hecho de que nuestra idea de organización sociopolítica sea una entelequia que nos evita reconocer la verdad: la sociedad estamental está aún vigente, sólo que los oligarcas tienen buenos relaciones públicas.

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  3. Hola de nuevo. Me hubiese gustado escribir antes y, sobre todo, haber visto ya Inside Job, pero no he tenido tiempo para hacer ni una cosa ni la otra. Mantengo lo segundo como tarea pendiente.

    Sin duda, la visión del amigo de Network es propia de un loco, un lunático con delirios de grandeza, como los grandes dictadores de la humanidad que justifican la deshumanización que practican bajo la excusa de ese mundo perfecto donde reine la paz y la abundancia... eso sí, respetando su control y acatando sus normas.

    Comparto tu preocupación, es difícil pensar en otro escenario que no sea el de la corrupta clase política sucumbiendo a los cantos de sirena de las poderosas corporaciones capitalistas. El caso de las petrolíferas estadounidenses, asiduos asesores de la Casa Blanca, es especialmente sangrante; está de sobra probado cómo Exxon y otras compañías líderes en el mercado del oro negro históricamente han influido en muchas de las decisiones tomadas por el Tío Sam, tanto en lo que se refiere a política internacional como a política ambiental y vaya usted a saber en qué no habrán metido sus pezuñas.

    Y no sólo las grandes multinacionales tienen su cuota de poder, en otros países existen diferentes grupos entre los que se reparten el pastel. Son casos menos llamativos, quizá, por ser EEUU la primera potencia económica mundial (puede que no por mucho tiempo). En España, por ejemplo, donde la tiranía corporativa no es tan subyugante como al otro lado del Atlántico, los sindicatos han adquirido un gran poder político, incluso mayor que el de las empresas. También las Autonomías tienen bastante que decir aquí, a veces contra toda lógica en lo que se refiere a la gestión de los bienes comunes del Estado, no sólo a nivel material. Todos estos colectivos persiguen siempre el beneficio social y, sobre todo, económico de un sector específico de la población, al que ellos representan, y más concretamente el beneficio propio, el de un estamento formado exclusivamente por ellos mismos. Y al igual que ocurre en España, en otros sitios tendrán más influencia otros grupos que pueden estar más o menos ligados al mundo empresarial, religioso, laboral, etc., casi siempre con los cuartos por bandera. El corporativismo, tanto social como económico, es un hecho evidente en la mayoría de gobiernos, por no decir en todos.

    La idea de un mundo incorruptible donde los políticos actúen de manera acorde a lo que la gran mayoría necesita es una quimera, y no sólo debido a la predisposición para ser manipulados que caracteriza a la banda de corsarios que tenemos gobernando, sino también porque el pluralismo conlleva igualmente una estructura de intereses esencial, sólo que más dividida, que acaba de forma irremisible llenando las lagunas originadas en la pérdida de legitimidad de los poderes legislativo y ejecutivo a través de asociaciones de un estatus socioeconómico o de otro; se ha demostrado además cómo las teorías parlamentarias liberales han trasladado de un modo demasiado optimista el principio de la libre competencia al ámbito político, de forma que hace ya tiempo este mercado se ha visto desequilibrado por los grandes partidos hegemónicos, con grandes sinergias socioeconómicas con diferentes grupos formados fundamentalmente en base al trabajo y al capital. Para mí no hay diferencia entre que me gobierne Microsoft o un grupo de independentistas catalanes a los que al final de la jornada mueven intereses de la misma índole. Es por esto que no creo que Inside Job consiga escandalizarme demasiado.

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  4. Bueno, ya he hecho los deberes. Como lo prometido es deuda, he aquí mi visión de esta magnífica cinta de terror (coincido con vosotros en su catalogación). Hasta el momento, y exceptuando la primera de Freddy (me pilló muy joven), no me había asustado tanto una peli en la que los monstruos se paseasen tan descaradamente por la pantalla. Tradicionalmente he preferido las pelis de terror psicológico, en las que no ves al bicho. Aquí sale el bicho, sí, y acojona de lo lindo.

    Tenía la idea preconcebida de que la cinta dirigía su mirada al lobbing y otras prácticas del estilo y, aunque es un tema de inevitable transcendencia a la hora de comprender el porqué de todo esto (y sobre todo, por qué todo esto va a seguir siendo como es), el enfoque principal podríamos decir que es otro.

    El maravilloso orden de las cosas instaurado en la alta esfera económica estadounidense (y que debido a la globalización alcanza con sus tentáculos a todo el planeta) así como el germen que originó el estallido de la crisis eran, en mayor o menor medida, de dominio público; la impunidad con la que se llevaron a cabo las tropelías que la cinta narra y el cómo no han rodado las cabezas de los culpables sino que, en vez de eso, han sido recolocadas para seguir rapiñando en cuanto atisben la más mínima oportunidad, no tanto. Las conclusiones que extraigo son principalmente tres (de una trivialidad que asusta todas ellas):

    Primero, la codicia del ser humano no conoce límites. No los conoce porque pudiendo ganar para comprarse una buena casa, un buen coche, un buen yate y, si me apuran, un buen avión (que luego no hay dios que aguante las interminables horas de retrasos y retrasos en esas lúgubres y atediantes terminales), se obsesionan con tener su propia inmobiliaria, concesionario, astillero y aeropuerto. Es como el Monopoly pero a lo bestia, donde el tablero son las ilusiones de millones de personas que sin comerlo ni beberlo pagan con su exiguos sueldos los excesos de esos prevaricadores, esos magnates de la estafa a gran escala.

    Segundo, la estupidez del ser humano no conoce límites. No los conoce porque sabiendo que nadie regala duros a pesetas, muchos se empantanaron hasta las axilas para comprar cosas que deberían hacer sabido que no podían permitirse. Aquí los bancos y los promotores inmobiliarios, auténticos paladines de la especulación, tuvieron su parte de culpa, repartiendo créditos como quien reparte saludos, tentando a esos pobres inocentes que se pensaron que el baile iba a durar eternamente y se metieron en un berenjenal de dimensiones desconocidas para ellos. No hay que olvidar que la burbuja inmobiliaria se infló gracias a los créditos que pidieron, de esa forma tan insaciable, los consumidores, un alto porcentaje de los cuales se dedicaron, al igual que los bancos, a especular a troche y moche mientras sonó la música (brutal esta parabólica frase del documental, lo dice todo del voracidad de esos depredadores bursátiles).

    Tercero, la indolencia del ser humano no conoce límites. No los conoce porque sabiendo lo que pasa necesita que premien con un Oscar a un documental para dedicarle unos minutos de su sobrevalorado tiempo a un asunto de importancia capital (nunca mejor dicho). Y ni así, como bien dice el Sr Mago en su artículo, va a suponer esto ningún impulso ni punto de inflexión ni nada de nada. Nuestra naturaleza, optimista por displicente, nos llevará de nuevo a dormirnos en los laureles (si es que alguna vez despertamos de ellos) y a pensar, observando como espectadores pasivos desde nuestro balcón de insensibilidad y despreocupación, que todo está como debería y que, si no lo está, tampoco se puede hacer nada. ¿O es que acaso se puede?

    Muy recomendable Inside Job. Eso sí, no la vean solos.

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